
Federico Barber se jubila este mes después de 42 años en la UPV, de los que no solo deja una potente herencia como uno de los pioneros en sistemas de Inteligencia Artificial, sino diversos hitos como presidente de diversas asociaciones de IA o Decano de la Faculta de Informática de la UPV entre 1997 y 2001. En esta entrevista, hace un repaso a las virtudes y carencias de la IA en la actualidad, valora cuánto debemos temerla, o no, y resalta su paso por el Instituto ai2, la UPV y los proyectos que más huella han dejado en él, y en la sociedad.
Habiendo sido uno de los pioneros en la UPV en investigación en inteligencia artificial, te jubilas justo en plena era de la IA.
Así es. Creo que estamos en una especie de cresta, pero por el hecho de ser pionero, también he visto muchas crestas pasadas y muchos valles. Cuando yo llegué aquí, al cabo de un tiempo, apareció todo el anuncio japonés de la quinta generación, del tema de los lenguajes declarativos y una serie de técnicas que se pusieron en auge. Todo el mundo quería tener un sistema experto en su casa. Luego vino el decaimiento. Desde hace un año, ha vuelto a subir, hasta el punto de que la palabra clave de la RAE del año pasado fue Inteligencia Artificial. En cualquier momento, ves la televisión y aparece continuamente el tema de la IA. Lo que pasa es que yo soy un poco crítico porque, muchas veces, la IA se asimila a cosas en las que yo digo: “¿Dónde está la inteligencia aquí?”. Cocina inteligente, detergente inteligente… La palabra se aplica a cosas a las que no corresponde.
Por otra parte, hay desarrollos, como el Chat GPT, de dibujo de imagen a partir de un texto, de creación de música o todo el tema de reconocimiento, cosas realmente maravillosas, pero en las que yo echo en falta también el tema cognitivo. Todo lo que hay ahora está muy basado en temas de aprendizaje, de deep learning, pero la inteligencia también tiene que ser explicable. Cuando tú me presentas una serie de cosas, debes ser capaz de explicar, de razonar, de mantener una conversación lógica.
¿Y vamos a llegar a eso?
Por un lado está la IA débil, que hace muy bien ciertas cosas; la IA que se aplica al coche que conduce y conduce muy bien, o la IA que es capaz de reconocer una imagen. Pero luego está la IA fuerte, cuyo símil sería Hal, el ordenador que había en Odisea 2001. Siri estaría dentro de la IA débil, porque no es capaz de actuar de forma completa en todos los ámbitos, de tomar sus decisiones y de actuar completamente como un humano, que sería el reto final.
Aparecen muchos hitos de la IA débil que llaman la atención, como los sistemas expertos que aparecieron hace años -pero que luego no funcionaron del todo bien porque se vio que era un tema más complejo- o el tema de la traducción, que ahora está muy bien. ¿Llegará a estar mejor? Seguro. ¿Llegará a estar casi perfecto? Casi seguro. El tema de reconocimiento de caras ya lo tenemos en reconocimiento de matrículas, por ejemplo, o en los aeropuertos. Hay cosas que cada vez están mejor. Todo eso funciona, pero no te dan respuestas. ¿Cómo consigue el sistema hacer eso? Porque hay una técnica detrás que le dice cómo hacerlo, pero no es capaz de justificarte las decisiones que toma, de ser consciente de lo que hace y darte un razonamiento, una argumentación de la respuesta. Hay gente que trabaja ya en ese análisis inteligente de la información y la IA ahí hace cosas, pero a nivel de conversación, por ejemplo, aún estamos lejos. Yo he conversado con Elon Musk en una aplicación que hay ahora que te permite conversar con celebridades virtuales. Me contestaba como un político, sin contestar realmente la pregunta. Ese tipo de cosas todavía relacionadas con la parte cognitiva o de razonamiento es donde aún falta por dar un gran salto.
Además de las carencias y virtudes de la IA, se ha hablado mucho de sus amenazas. ¿Qué opina al respecto?
El tema de la IA ética, de la IA Green está de moda desde hace años. Ahí se han manifestado los popes: desde Bill Gates a Elon Musk o Zuckerberg. Pero la IA no es más que una herramienta que se puede utilizar bien o mal. Como herramienta, ¿uno debe tenerle miedo? Es verdad que es más potente que un coche. ¿Un coche me puede atropellar? Sí, si está mal manejado. ¿La IA nos puede atropellar? Yo comparto la idea de que la IA puede ser usada para incrementar la inteligencia humana, pero no para reemplazarla. Trabajando juntos, los humanos y la IA pueden conseguir más que trabajando solos.
Como toda herramienta, puede ser usada bien o mal. Toda la ayuda que podamos obtener de la IA creo que compensa los posibles peligros que puedan resultar por un mal uso, que los habrá, seguro, pero como de cualquier otra herramienta. No vamos a renunciar a la IA por eso, evidentemente. Lo que vamos a hacer es poner cortapisas, barreras y normas de uso.
¿Y cómo has trabajado tú con esa herramienta tan potente a lo largo de tus años como investigador? Tu campo de trabajo más específico ha sido la planificación y el scheduling. ¿Qué proyectos o hitos destacarías de tu trayectoria?
La investigación, generalmente, se valora en el aspecto académico por sus resultados científicos y eso va ligado a la publicación de artículos y a la consecución de proyectos. Yo valoro mucho más y creo que es mucho más importante la transferencia, la creación de valor de la investigación. La investigación crea valor donde es aplicada, que es en las empresas. Valoro los artículos, porque me han costado tiempo y trabajo, pero lo que más valoro es la transferencia de ese tipo de conocimientos.
Por ejemplo, todo el trabajo que hicimos en sistemas para la planificación y ayuda de gestión de personal en muchos centros: Mercadona, Consum, Eroski, Alehop, Puerto de Valencia, en muchas empresas, a través de convenios. Esos sistemas de gestión tuvieron una aplicación en su momento y luego fueron superados con el tiempo, porque cambió la forma de gestión de personal, evidentemente, pero durante unos años, se utilizó nuestro programa de planificación en todas esas tiendas. Y el hecho de que una tienda de Mercadona que estaba, por ejemplo, en Lugo, utilizara un programa que habíamos creado aquí, nos daba mucha satisfacción al grupo.
Otro hito fue lo que hicimos con Renfe y, posteriormente, Adif. Cuando llegamos a Adif, los horarios ferroviarios los hacían dibujando líneas en el ordenador, digamos. El primer programa automatizado que hubo en Europa para generar horarios ferroviarios fue el nuestro. Con esa experiencia participamos luego en un proyecto europeo y gente de Alemania, Inglaterra, Francia u Holanda se interesaron por el programa, aunque ya era propiedad de Adif.
El hecho de que en Madrid, en Chamartín, en las oficinas de gestión, se utilizase ese programa, también nos hizo sentir muy bien. Son cosas que uno hace, ve que son útiles y, al menos en nuestro grupo, tienen mucha relevancia y nos dan mucha satisfacción. Estamos muy orgullosos de la aplicabilidad y de que se haya puesto en uso y valor nuestro sistema.
¿Qué papel ha tenido en todo eso el pertenecer a un instituto como el ai2? ¿Piensas que es importante?
Justamente, el ai2 incide mucho en esa tarea de transferencia. El Instituto ai2 es fundamental por dos cuestiones: primero, porque permite la integración y las sinergias entre grupos. Yo he comentado antes solo dos proyectos, pero hemos participado en otros proyectos precisamente por ser parte del ai2. Y ha habido proyectos que han surgido y se han hecho por estar en ese marco. El hecho de que haya grupos que trabajen más en automática, más en gráficos, más en lo que nosotros hacemos, más en control y que tengamos la posibilidad de, si aparece cierta temática, poder llamar a unos o a otros a través del gestor del instituto, es una facilidad para los proyectos. A veces te aparecen temas dentro de los proyectos que no controlas y, a través del instituto, encuentras colaboradores en otros grupos.
Y la segunda cuestión es que el Instituto está focalizado en la parte de la investigación que para mí es más importante, que es la investigación aplicada: la puesta en valor y la transferencia. Para mí, es el marco ideal. Quien quiera hacer sus investigaciones en una mesa o un laboratorio, estupendo; pero quien quiera llevarlas a las empresas, tiene a su alcance un instituto que potencia mucho el contacto con las empresas. Yo no hubiera podido llegar a muchas empresas si no hubiera sido a través del ai2.
Sin embargo, sí que es verdad que tú, en el ámbito de las publicaciones, también tienes mucha experiencia, hasta el punto de que fuiste cofundador de la revista Inteligencia Artificial. Valóranos un poco esa experiencia.
Yo estaba entonces en la Asociación Española de IA y consideramos que había que promocionarla. Empezamos por la web, continuamos por un boletín y al final pasamos a la revista. Empezó siendo una revista en papel, muy artesanal, las portadas se hacían en Madrid y el interior en Valencia. De la AEPIA pasé a IBERAMIA y al final nos llevamos la revista a IBERAMIA . Ahora la editan ellos.
El problema es que los procesos editoriales son un verdadero negocio. ¿Cómo es posible que una persona dedique un mes a hacer una investigación y cuando consigue un resultado con una cierta validez tenga que pagar por publicarlo? Eso no tiene sentido.
Cuando yo empecé, lo fundamental era publicar y, como no había índices, lo fundamental era que te referenciaran. Luego aparecieron los índices de impacto y, evidentemente, eso va asociado a un mayor prestigio de tu artículo. En las revistas, cuanto más impacto, más prestigio y más dinero.
Y por otro lado está la cantidad de publicaciones que hay. Hay estudios en los que se demuestra que quienes más publican son los investigadores europeos, pero en número de patentes estamos los últimos del mundo. Cuando resulta que los méritos se evalúan por lo que tú publiques y que luego las publicaciones tienen ese tipo de mercado alrededor, algo hay que cambiar. Está claro que publicar es bueno, pero considero que la investigación debería replantearse -eso es así desde que yo estaba en la AEPIA- y ver cómo evaluarla de otra manera. Se están valorando los inputs, cuántos proyectos o recursos consigues, pero no la salida. Una empresa no es mejor cuantos más productos compre, sino cuantos más productos fabrique. No se puede reducir todo a que si consigues un proyecto de 1000 euros eres malo, si es de 100 000 eres bueno y si es de 1 millón, eres buenísimo. Mi opinión es que no depende de eso, sino del retorno que consigas.
Yo no digo que no se invierta, pero habría que plantearse valorar los resultados de otra manera, así como la diferencia de peso que hay entre publicaciones y patentes.
Para acabar, me gustaría repasar la parte de gestión con la que cuentas en tu trayectoria en la UPV. Entre el 97 y el 2001, fuiste Decano de la Facultad de Informática, además de ostentar otra serie de cargos antes y después de ese momento. ¿Qué sensación te llevas de esos años?
Creo que todo el mundo, en algún momento, debería hacer tareas de gestión unipersonal o con cierta capacidad de decisión, porque se ve la universidad desde diferentes puntos de vista. Yo, antes de llegar al decanato, estaba en el departamento e iba a por todo lo que era para mi departamento. Cuando llegué al decanato, ya no era solo mi departamento, eran muchos y cada uno tenía su punto de vista.
¿Y qué crees que aportaste?
Primero, la creación del germen del Museo de Informática. Lo pensamos y diseñamos muchas cosas, pero nos faltó formalizarlo. Eso ocurrió ya cuando llegó el siguiente decano. Sin embargo, yo le agradezco a Justo Nieto que el día de la inauguración del Museo de Informática comentara que el museo había sido idea mía. Y me siento orgulloso porque ha llegado a ser algo bueno.
De otra cosa que me siento orgulloso es de apoyar la creación del Colegio de Ingenieros de Informática. En su momento, había gente que estaba en contra, pero yo entendía que era bueno que hubiera una entidad que apoyara a los profesionales, así que lo apoyamos ante la Generalitat, hice diversos escritos para que la universidad lo apoyase y junto con el presidente de la asociación que había entonces y un alumno hicimos fuerza para que se crease. Creo que aquello también fue algo bueno.
También me siento orgulloso de haber potenciado la actividad en empresas. Yo consideraba necesario que todos los alumnos hicieran prácticas en empresas y que fueran recompensadas de alguna manera.
Por último, también trabajé mucho para potenciar el hecho de ir igualándonos a la Escuela de Informática.